Cuando me dices que lo que más deseas es que me case contigo es una pena que no me expliques también que, al mismo tiempo, debo casarme con tu hermana, tu cuñado, tu sobrino y no sé cuántas empleadas de tu hermana menor.
Tengo ganas de gritar dentro de la cabeza. Quiero parar y acabar con este registro intolerable y gramofónico que suena dentro de mí. Es un torturador intangible. Me enferma tener que oír siempre el sonido/el piano horroroso del recuerdo. Suenan y resuenan las escalas allá abajo y, también, allá arriba, en la primera casa de Lisboa donde habito.
Me siento múltiple. Soy como un cuarto con innumerables espejos fantásticos que dislocan hacia reflejos falsos una única central realidad que no está en ninguno y está en todos. Como el panteísta que se siente ola y astro y flor, yo me siento varios seres. Me siento vivir vidas ajenas, en mí, incompletamente, como si mi ser participara de todos los hombres.
Si yo pudiese dedicarme a cualquier cosa -a un ideal, a un canario, a un perro, a una mujer, a una investigación histórica, a la solución imposible de un problema gramatical inútil- entonces sí. Tal vez entonces yo fuese feliz. Esas nadas serían cosas para mí.
La música, la luz de la luna y los sueños son mis armas mágicas. Mas por música no debe entenderse sólo aquella que se toca, sino tambien aquella que queda eternamente por tocar. Y por luz de luna no debe suponerse que habla sólo de lo que viene de la luna y torna los árboles en grandes perfiles. Hay otra luz de luna que ni el propio sol excluye, y oscurece en pleno día lo que las cosas fingen ser. Sólo los sueños son siempre lo que son. Es el lado de nosotros en que nacemos y donde somos siempre naturales y nuestros.